Matarratas by Antonio Ortuño

Matarratas by Antonio Ortuño

autor:Antonio Ortuño [Ortuño, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9786075573953
editor: Océano Gran Travesía
publicado: 2021-08-24T00:00:00+00:00


VI

El miedo era como un martillo que les golpeaba la cabeza sin detenerse ni un minuto.

Tardaron un largo tiempo en habituarse a la idea de que el guardaespaldas del amo pudiera ser el matón más legendario de las tierras conocidas.

Era como si el propio dios Negro-Negro, el prohibido señor de la muerte, hubiera decidido encarnarse y condescendido a pasear por aquel claro reseco y maldito.

El siguiente sobresalto que tuvieron Matarratas y Clavo fue descubrir que, caminando como ovejitas detrás del pastor, llegaban Arena y Torreón, con su pesado carrito lleno de cacharros de agua. El vehículo traqueteaba entre las piedrecitas del sendero.

Era evidente que el amo Bastión y aquel ser magnífico y terrible que lo acompañaba habían dado con los sirvientes en el río y a ellos no les había quedado más remedio que volver.

Clavo estaba lívido. Aun en solitario, el amo Bastión era un rival temible para cualquiera que intentara abatirlo. Era un tipo forzudo que se había pasado la vida metido en las guerras de la corona, y cuando no hubo tales, en cacerías y justas de toda clase. Se le conocía como un formidable arquero y lancero, y se encomiaba la cabeza fría con que afrontaba la caza de sus presas (fueran éstas animales o humanas). Con esa misma impasibilidad había cambiado de bando en plena revolución, pasándose del lado del consejo y participando personalmente en la toma del palacio (no demasiado heroica, por otra parte, puesto que los reyes, su séquito y el ejército en pleno habían huido ya y sólo quedaron allí algunos sirvientes llorosos, que fueron masacrados).

Pero con la escolta de El Que No Puede Ser Vencido, no había modo razonable de pensar que Matarratas pudiera cumplir con la encomienda para la que había sido contratada.

En la cabeza de Clavo se removieron varias sensaciones a la vez. Por un lado, la culpa de no haber sido más claro con Arena y Torreón al respecto de lo que iba a ocurrir. Una advertencia llana debió ser suficiente para que la pareja de servidores estuviera ya muy lejos, incluso quizá de vuelta en la ciudad, recogiendo sus cosas para huir de nuevo, sin mirar atrás.

Por otra parte, medraba en su alma el miedo de lo que le pudiera ocurrir a él. Al contrario de lo que hubiera sucedido en cualquier otro momento, en el que Clavo habría pensado antes que nada en salvar el pellejo y perderse, esta vez se sentía implicado hasta el cuello.

Incluso si Matarratas lo dejara irse del lugar, y él consiguiera cargar con Agua y escapar a caballo, cualquier atisbo de dignidad que restara en su vida desaparecería por abandonar a la asesina a su suerte. Había sido la insistencia de Clavo en que Agua acudiera a palacio y denunciara las actividades de Bastión como Devorador la que había ocasionado todo: la codicia del consejero Palma y de Ancla, el monje; la contratación de Matarratas, el truculento camino hacia la quinta y el peligro que corrían todos ahora. Un desastre. No había otra manera de describir lo que sucedía.



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